Prof.: Raúl
Finkel
Andrei Tarkovsky.
El espejo.
Ficha técnica y artística.
Origen:
URSS.
Año:
1975
Duración:
108 minutos.
Guión:
Andrei Tarkovsky y Aleksandr Misharin
Poemas:
Arseni Tarkovsky
Cámara:
Georgi Rerberg
Edición:
Lyudmila Feiginova
Música
original: Eduard Artemyev
Producción:
Eric Waisberg
Intérpretes:
Margarita Terekhova (la esposa / la madre joven); Oleg Yankovskiy (el
padre); Filipp Yankovsky (Aleksei de 5
años); Ignat Daniltsev (Ignat / Aleksei
de 12 años); Nikolai Gringo (director de la imprenta); Alla Demidova (Elizabetha); Maria
Ivanovna (madre anciana); Anatoli Solonitsyn (médico perdido);
Tamara Ogorodnikova (mujer
que le pide a Ignat que lea el cuaderno); Innokenti
Smoktunovsky (voz de Aleksei);
Andrei Tarkovsky (Aleksei adulto); Arseni Tarkovsky (voz que lee los poemas)
El
espejo es la cuarta
película de Tarkovsky, la más explícitamente personal de todas y la más difícil
de abordar. Una primera visualización del film probablemente nos deje afuera y
bastante perplejos. La premisa básica
para poder entrar en El espejo es la
de no tratar de comprender las articulaciones de espacio y tiempo que “debería”
haber de escena en escena, ya que el esfuerzo sería vano, y nos alejara de la
película. Una primera visión debería aspirar simplemente a disfrutar estética y
sensualmente de lo que Trakovsky nos ofrece, dejando la aspiración de
comprender para segundas o terceras
visualizaciones.
Una vez que la hayamos disfrutado podemos
preguntarnos: ¿qué es lo que acabamos de ver?
No parece haber una historia; no se
cuenta algo claro; no sabemos bien cuando sucede lo que vemos; tampoco logramos
tener precisiones acerca del vínculo que hay entre las escenas, si es que hay
alguno; ni siquiera sabemos de quien son esos episodios que vemos.
El principal problema que nos
plantea El espejo es que está
construida en base a una lógica narrativa que no es la habitual dentro del cine:
la sucesión temporal es aleatoria; los personajes intercambian roles; los espacios se
transforman; los individuos pueden aparecer en épocas y contextos que les son
extraños; distintos tipos de registro se
mezclan indiscriminadamente.
Esa
construcción extraña que estamos viendo no es producto del arbitrario juego
experimental de un director, sino la representación del funcionamiento de la
mente de un personaje en su función de recuerdo.
La estructura del recuerdo
El
espejo es una película
sin acción, casi todo lo que vemos son imágenes que surcan la mente de Aleksei.
A grandes rasgos podemos ubicar tres tiempos de la vida del “narrador”: la
infancia, la adolescencia y la adultez; pero el orden en que esos recuerdos
aparecen no es el de una construcción destinada al espectador, sino que siguen
la secuencia del “desorden” con la que cualquier serie de recuerdos se nos
presenta en la vida cotidiana.
Frente a la muerte, el personaje, del que
jamás vemos el rostro, se aboca a un proceso de introspección, de auto
análisis, intentando comprender los sucesos de su vida; tratando quizás de
sanar las dolencias que lo aquejan. No lo sabremos, pero lo cierto es que
durante 98 minutos lo que vemos son recuerdos de experiencias vividas (la
instrucción militar); imágenes construidas en base a relatos escuchados (la
secuencia de la madre en la imprenta); el retorno de representaciones visuales
(secuencias de la Segunda Guerra
Mundial); escenas que no se comprendieron pero que impactaron (la visita junto
con su madre a la casa de la mujer); sueños,
todo mezclados y confundido.
Hay cinco escenas acontecen en la edad
adulta del personaje, aunque no podamos decir que todas sean contemporáneas. No
hay entre ellas una sucesión clara, ni temporal, ni espacial; solo podemos
aseverar que se dan en ese mismo período
de la vida de Aleksei. El diálogo
telefónico con la madre, y la anteúltima escena, en la que el médico nos
anoticia sobre la posibilidad de la muerte, son las dos que podrían marcar el
tiempo presente en el que Aleksei
recuerda. Mientras que las otras tres:
la escena de la primera charla
con la ex mujer (en colores) que se mezcla con la escena española; el diálogo
telefónico con Ignat, el hijo, que da pie al recuerdo de la guerra; y la
segunda charla con su ex mujer (en blanco y negro), si bien son de un Aleksei
adulto pueden también formar parte de los recuerdos que el moribundo convoca en
el repaso de su vida.
Otra de las escenas que se sustrae del
recuerdo es el prologo televisivo, que quizás nos de la clave del sentido de la
película, un adolescente tartamudo se cura de su dolencia a través de un
proceso de introspección, guiado bajo hipnosis. Aleksei enfermo y postrado
realizará un camino similar. Tal vez la película sea el intento de Aleksei por
comprender quien es a partir de un ejercicio de introspección, que se
desarrolla bajo la lógica caótica de libre asociación con la que funciona
nuestra mente en determinados estados.
El diálogo telefónico con la madre, que
sucede a los 20 minutos de película, es la única escena que nos permite
comprender la lógica de lo que estamos viendo. Aleksei le comenta a su madre
que ha soñado con su infancia y le pregunta cuando fueron abandonados por el
padre y cuando fue el incendio del granero, dos de las situaciones que hemos
visto sucederse antes de este diálogo. La madre responde y fija una fecha:
1935. Ella incorpora, en el diálogo telefónico, otro personaje: Elizabetha, y
sobre ella será el recuerdo que sigue al diálogo madre – hijo. Que es en
realidad un recuerdo transitivo, ya que remite a una experiencia de la madre,
que nos pone claramente ante la vivencia del miedo durante el estalinismo.
Por otro lado, la conversación telefónica
nos pondrá en tema de la preocupación central de Aleksei: la relación
conflictiva con su madre, la omnipresencia de la figura de su madre que se
confunde con la de su ex esposa. Hay que decir que Margarita
Terekhova sostiene los dos personajes y gran parte de la película con una
actuación sobresaliente, que Tarkovsky capta con una belleza sin par.
Todo el resto de la película son
recuerdos que se suceden de manera aleatoria, yendo y viniendo por tres
momentos de la vida de Aleksei: su infancia (5 o 6 años) en el bosque; su
adolescencia (12 años) también en el bosque; y la adolescencia de su hijo,
Ignat (12 años) que nos ubica en la vida adulta de Aleksei, en los conflictos
con su ex esposa, y en su posición como padre.
En estos tres momentos conviven recuerdos
vividos como el incendio del granero, o la instrucción durante la segunda
guerra mundial; con recuerdos de relatos familiares como el episodio de la
imprenta o el abandono paterno (ambos en blanco y negro); así como con la
memoria social sobre eventos significativos que aparecen en imágenes
documentales (blanco y negro) como los de la guerra civil española; la segunda
guerra mundial; el hongo atómico; la revolución china; o el conflicto chino – soviético.
Distintas épocas, distintos tipos de recuerdos, personajes intercambiables,
aleatoriedad de las sucesiones, e imprevisibilidad de la continuidad.
Andrei que es Aleksei
El espejo no es solo una película
sobre un individuo que realiza un ejercicio de introspección, es la propia
introspección de Tarkovsky. Aleksei es Andrei Tarkovsky no solo en la
simplicidad de que el director le dio su cuerpo a la única aparición física del
personaje / relator; sino porque los recuerdos que vemos son los del propio
director. Es su historia familiar la que narra Aleksei, son sus temas los que
lo abordan.
Andrei es el niño que crece en el campo
con la ausencia de un padre que se ha ido. Su padre, Arseni, es el que ha
escrito y el que lee los poemas que cruzan El
espejo. Y su madre, Maria Ivanovna es quien le da cuerpo al personaje de la
madre anciana de Aleksei.
Aleksei, el protagonista siempre fuera de
campo de El espejo, es el típico
héroe tarkovskiano, ubicado en un lugar de debilidad frente al resto de la sociedad,
como el Stalker, Doménico (Nostalgia)
o Alexander (El sacrificio); la
enfermedad, la cercanía de la muerte lo coloca en ese espacio en el que
Tarkovsky siente, o afirma, que aparece la posibilidad de un plus de
conocimiento, de sabiduría, sobre uno y por ende sobre la vida. El fuera da
campo de Aleksei probablemente sea parte de esta búsqueda del protagonista, y
de cómo esto se nos manifiesta a los espectadores, la apariencia permanece
invisible, lo que vemos es lo que constituye la vedad acerca de Aleksei, su
verdad: su relato sobre si mismo.
El
espejo transmite una
profunda tristeza, a pesar de que Aleksei diga que solo ha intentado ser feliz,
lo que recuerda de su vida, o la selección de sus recuerdos a la que Tarkovsky
nos permite acceder, nos dan la sensación de un racconto triste, que se podría
sintetizar en una frase que Aleksei le dice a su ex esposa en el final de su
segunda charla (74’
18’’): “Espero con impaciencia ese sueño en el que volveré a ser niño, y
volveré a sentirme feliz sabiendo que todo lo tengo por delante, que aun todo
es posible.” Lo que Aleksei añora de ese sueño no es la infancia como espacio
de felicidad en si, por la propia experiencia infantil; sino la infancia como
el momento en el que aun no ha acontecido la decepción adulta; lo que añora no
es la infancia sino la potencialidad que encierra, la ilusión sobre el futuro.
Idea esta que despliega de manera inmediata una pátina de tristeza sobre la
vida adulta de Aleksei.
Es interesante marcar que tanto El espejo como Stalker giran, de alguna manera, en torno a una misma situación: la
verdad acerca de uno mismo. En El espejo constituye
el acto final de la vida de Aleksei y el eje en torno al cual gira la película,
mientras que en Stalker es lo que la
habitación concede a quienes logran adentrarse en ella, como mayor don posible
se les rebela la esencia de lo que son. Los temas propios de Tarkovsky
reaparecen permanentemente tanto en la superficie como en las profundidades de
sus obras.
La construcción de la
imagen
La iluminación y la fotografía son los
dos elementos que más sorprenden en cualquiera de las obras de Tarkovsky, la
belleza que a través de ellos se transmite es impactante. Pero iluminación y
fotografía constituyen algo así como la superficie de la construcción cinematográfica
del director ruso, por debajo de ellas hay otros elementos que son los que
construyen eso irrepetible que contiene el cine de Trakovsky.
Tarkovsky logra darle al plano
cinematográfico una carga de sensibilidad inusitada, que trasciende tanto la
función narrativa como la idea de belleza; sentimos que el plano se carga de algo que podemos llamar espiritual, que
conjuga sensaciones de extrañeza, misterio, tristeza. La materialidad de los
objetos con los que trabaja es la misma que utiliza cualquier otro director,
pero Tarkovsky logra que el material sensible que él utiliza quede impregnado
de otros elementos. Hay algunos dispositivos claves en esa construcción, el
principal es el tiempo interno del plano, la duración de nuestra estancia al interior
del plano. Pero esa estancia dentro del plano se hace sustancia tarkovskiana no
solo por el tiempo que transcurre, sino por la manera en que estamos dentro del
plano, por el recorrido que realizamos; Tarkovsky no nos deja quietos en la
observación, nos coloca en la situación de búsqueda a través del uso del
travelling como recurso característico de El
espejo. La cámara se mueve permanentemente pero de forma lenta construyendo
la sensación de una presencia trascendente en la escena, un buen ejemplo es el
de la escena en blanco y negro cuando la cámara lo sigue a Aleksei niño que
entra a su casa (90’
50’’) pero lo abandona para observar el espacio, atraída por los manteles
bordados mecidos por el viento; la cámara se independiza de la acción (el niño)
para andar por si sola; se acerca al
espejo en el que no hay nada, profundiza su mirada sobre el sesgo del espejo y
lo encuentra reflejado a Aleksei sosteniendo una botella de leche. La cámara
tiene voluntad propia, manifiesta una mirada que busca, animada por un deseo
que es externo a la acción, denotando una presencia extraña. Casi la totalidad de los planos de la
película son construidos en base a estas dos premisas, la de un tiempo que no
es el de la acción sino el de la búsqueda que el movimiento de la cámara nos
impone. Incluso en algunos casos ese deseo se realiza en un estado especial de
ansiedad, que se construye combinando el travelling (movimiento físico de la
cámara) con el zoom (simulación óptica del movimiento), que a la búsqueda le
agrega la sensación de que los objetos se acercan. En otras escenas, como la de
la imprenta o la del cabello materno en la palangana, utiliza una discreta
cámara lenta que quizás no identificamos como tal pero que si nos genera una
sensación de extrañamiento de la imagen. La cámara lenta también la utiliza en
las repetidas secuencias en blanco y negro del viento meciendo la vegetación.
En más de una ocasión lo extraño aparece
de dentro del propio plano producto de un juego con la perspectiva, cuando
creemos que estamos viendo algo por un simple movimiento de cámara, sin cambiar
de plano, aparece algo en la imagen que la transforma. En la primera secuencia
luego de los títulos, en la que se nos cuenta la soledad de la madre; cuando
comienza el primer poema de Arseny Tarkovsky (11’ 36’’) vemos en primer plano
a los dos hermanos tomando la leche, y a Marina dejando caer azúcar sobre la
cabeza del gato; la cámara hace un paneo y en el fondo de la habitación vemos a
la madre triste, la madre sale caminando de cuadro mientras el paneo continua y
nos lleva con sorpresa a otro plano donde está la madre nuevamente. Algo
parecido sucede en el inicio de la última secuencia (96’ 45’’) el plano comienza con
un paneo lateral sobre el campo, que culmina con una toma lejana de la casa rodeada
de árboles, de golpe la cámara (sin cortar) comienza a bajar, vemos la cerca
del principio, continúa el movimiento picado hasta que vemos en primer plano a
los padres de Aleksei abrazados sobre el pasto. El movimiento dentro del plano
lo transforma haciendo aparecer aquello que no estaba ni se esperaba.
La construcción sonora
Con el mismo esmero con el que trabaja la imagen, Tarkovsky construye la
banda sonora de sus películas, y El
espejo es una muestra clara de ello. Durante toda la película las voces de
los actores parecen estar levemente tocadas, sonando como emitidas en otro
espacio, con una respuesta acústica distinta a la que debería tener en el
espacio donde son pronunciadas. Pero el mérito de la construcción sonora no es
solo de Tarkovsky, Eduard Artemiev es su
principal colaborador y el encargado de la composición de la música electrónica
y de los efectos de sonido. Todo el extrañamiento que la película transmite
está construido también desde el plano sonoro, baste analizar un par de escenas
para dimensionar lo que han construido para nuestra audición. La escena del
regreso paterno (63’
40’’) es una perfecta conjunción de las cuatro capas sonoras que actúan:
arranca con sonidos ambientales de lo que está haciendo la madre, sobre los que
aparece un secuencia percutida que se va a repetir durante casi toda la escena;
la llegada del padre incorpora el plano de las voces de los personajes (siempre
con esa extraña reverberancia que ya marcamos); cuando la imagen es la de los
niños el sonido ambiente es el de la naturaleza, sobre el que continúa la
secuencia percutida que funciona como anuncio de algo imprevisto; una vez que
la voz paterna a sonado llamando a los niños y estos se han lanzado a la
carrera irrumpe un secuencia musical oscura, que concita una sensación de
peligro, y que va increcendo hasta transformarse, cuando los niños están en
brazos de su padre, en el oratorio de Bach.
Otras escenas están dominadas enteramente
por la construcción sonora de Artemiev, como ser la salida onírica en blanco y
negro del relato de Aleksei a su ex esposa (74’ 39’’), que arranca con un plano detalle de
un florero que contiene algo parecido a la cuerda de un reloj, el recorrido
visual es la búsqueda que el niño realiza de su madre; pero el plano sonoro lo
transforma en una secuencia terrorífica. Artemiev arranca con una música
inquietante que articula con el llamado a la madre, el ruido de goznes sin
aceitar, la rotura de un vidrio y el sonido del viento.
Naturaleza y tiempo
Chris Marker en el maravilloso documental
Un día en la vida de Andrei Arsenevich dice:
“No hay nada más terrenal, más carnal que el trabajo de este reputado cineasta
místico. Tal vez porque el misticismo ruso no es el de los católicos asustados
por la naturaleza y el cuerpo. Los ortodoxos respetan la naturaleza, se venera
al creador a través de su creación. Y en contrapunto a los personajes cada
película teje una trama entre los cuatro elementos a veces tratados por
separado, a veces en parejas”. Y le da palabras a uno de los tópicos más característicos
del cine de Tarkovsky, la presencia de la naturaleza en su más potente síntesis
material: aire, agua, fuego y tierra. El viento, soplando y moviendo las
plantas es un plano en blanco y negro que se repite varias veces en la
película; pero también mueve los manteles colgados dentro de la casa; y se
articula con el agua en forma de lluvia en más de una escena. El fuego en tres
ocasiones funciona como separador de escenas; además del incendio del granero
en el inicio, incendio que se conjuga con la lluvia. El agua es lluvia que se
repite, pero no solo a la intemperie; también en los sueños del niño llueve
dentro de la casa en ruinas donde habitan su padre y su madre. La tierra está
como reflexión en boca del médico luego de caerse con la madre joven de
Aleksei; está como barro en los pies adolescentes del protagonista; y está como
materia esencial en uno de los travelling finales, en un plano que parece
anunciar lo que va a ser tópico de Stalker,
mostrar los vestigios de la presencia humana estrujados por la naturaleza,
cubiertos por la vegetación, el agua y
la tierra.
El
espejo es una película
sobre el tiempo pasado, en la que el recuerdo invade la totalidad de la
pantalla; es también un relato que se arma jugando con bloques temporales de la
vida de su personaje; y también es cierto que se construye en su sensibilidad a
partir del manejo de la imagen-tiempo.
Tarkovsky juega con la simultaneidad del
tiempo que posibilita el recuerdo, muestra en imágenes la supresión temporal
que genera el recuerdo, toda la película es esa construcción, pero
particularmente dos escenas en las que esa desaparición se consuma en la misma
imagen: Aleksei niño (94’
35’’) se acerca a su madre, la llama y le habla, pero la mujer que está sentada
en un tronco y se da vuelta, si bien esta vestida y peinada como la madre del
niño, no es Margarita Terekhova sino María Ivanovna (la madre de
Tarkovsky), la actriz que interpreta a la madre anciana de Aleksei.
En la
escena final Tarkovsky vuelve a articular distintos tiempo en un mismo
espacio, a la imagen de la casa
campestre en un día soleado de primavera se le suman, por un virtuoso
movimiento de cámara, el padre y la madre de Aleksei que retozan acostados en
el pasto, la madre se incorpora y el padre le pregunta que prefiere que sea, si
niño o niña; ella piensa, se muerde los labios, se emociona, mira a un lado y
su mirada nos conduce al plano siguiente en el que ella anciana camina por el
mismo prado con sus hijos niños; Trakovsky vuelve a su futura madre que
concluye el movimiento de cabeza iniciado antes, para retornar a los niños
andando con la vieja mujer, y en ese plano final, a la distancia se recorta una
figura que parece la madre fumando como en el inicio. En una misma escena tenemos a la madre antes
de serlo y a la madre anciana, que comparten espacio con los niños soñados
y los niños andando y gritando. El
tiempo comprimido, superado como determinación por el recuerdo; todos los
tiempos conviviendo en la mirada que sobre el espejo proyecta la experiencia
humana que Tarkovsky nos provee.
Raúl
Finkel
Los poemas
de Arseny Tarkovsky
Primer
poema (11’
36’’)
Cada instante de nuestros encuentros
celebramos, como una presencia Divina,
solos en todo el mundo. Entrabas
más audaz y liviana que el ala de un ave;
por la escalera, como un delirio,
saltabas de a dos los escalones, y
corrías
a través de las húmedas lilas, llevándome
lejos,
a tus dominios, al otro lado del espejo.
Cuando llegó la noche, recibí la gracia,
las puertas del altar se abrieron,
y brilló en la oscuridad, en el espacio
la desnudez, y se inclinó lentamente,
y despertando, pronuncié:
"'¡Benditas seas!",
y enseguida percibí la insolencia
de esta bendición. Dormías,
y para pintar tus párpados de aquel azul
eterno
las lilas se inclinaron hacia ti desde la
mesa.
Tus párpados azules ahora estaban
serenos, y tibias tus manos.
En el cristal se percibía el pulso de los
ríos,
el humo de los cerros, el resplandor del
mar,
y una esfera en la palma de la mano
sostenías,
de cristal, y dormías en el trono,
y ¡oh Dios Santo! eras mía solamente.
Al despertarte, había transformado
el común lenguaje cotidiano
y con renovada fuerza se colmó la
garganta
de vocablos sonoros, y la palabra
"tú", tan liviana,
quería decir "rey" ahora,
revelando su nuevo significado.
De pronto, en el mundo todo ha cambiado,
hasta las cosas simples, como la jarra,
la palangana,
cuando se erguía en medio de nosotros,
cuidándonos,
el agua, dura y laminada.
Fuimos llevados hacia el más allá,
y se abrían ante nosotros, como por
encanto,
las ciudades milagrosas, y nos invitaban
a pasar,
la menta se extendía bajo nuestro pies,
las aves seguían nuestro camino,
los peces remontaban nuevos ríos,
y el cielo se abrió ante nuestros ojos...
Mientras seguía nuestra huellas el
destino,
como el loco, armado de una naranja.
Segundo
Poema
Te esperé ayer desde el alba,
se dieron cuenta de que ya no vendrás.
¿Te acuerdas qué tiempo tuvimos?
Fue una fiesta. Yo salí sin abrigo.
Llegaste hoy, y nos han preparado
un día singularmente sombrío,
la lluvia y una particular hora tardía.
Y corren las gotas por las ramas heladas
que ni las palabras podrían frenar,
ni secar siquiera un pañuelo.
Tercer
poema (58’
40’’)
No creo en los presentimientos, tampoco
me asustan las señales,
no huyo ni del veneno, ni de las
calumnias.
La muerte no existe en el mundo, todos
son inmortales,
todo es inmortal, no hay que temer a la
muerte
ni a los diecisiete años, ni a los
setenta.
Existe solamente la realidad y la luz.
No hay en este mundo ni oscuridad, ni
muerte.
Estamos todos reunidos en la orilla del
mar,
y soy de aquellos que recogen las redes,
cuando viene, en cardumen, la
inmortalidad.
Sigan viviendo en la casa, y ella no se
destruirá.
Convocaré a cualquiera de los siglos,
entraré en él, y construiré allí mi
morada.
Por eso están conmigo sus hijos y sus
mujeres comparten mi mesa,
pues, la mesa es una sola para el
bisabuelo y para el nieto.
Lo venidero acontece ahora, y si yo
levanto la mano,
quedarían cinco rayos de luz para todos
ustedes.
Mis clavículas apuntalaron, como vigas,
los días del pasado,
medí los años con cadenas de agrimensor,
horadé el tiempo,
como si fuese los Urales, y elegí el
siglo según mi estatura.
Bajamos al sur y levantamos el polvo de
las estepas...
El pasto alto se alborotó, bromeó el
grillo, tocó las herraduras,
nos auguró el futuro con sus bigotes,
y me amenazó, como un monje, con la
perdición segura.
Até mi destino con las correas a la silla
de montar,
aún erguido en los estribos, cabalgo como
un muchacho en los tiempos venideros;
me satisface mi inmortalidad, para que mi
sangre corra de siglo en siglo..
Por un rincón seguro de dulce tibieza
pagaría obstinado con mi vida,
si ella no fuera una aguja voladora, que
me tira, como a un hilo, por todo el
mundo.
Cuarto
Poema (90’
30’’)
El hombre tiene un solo cuerpo,
como una celda incomunicada,
el alma ya está harta
de esa envoltura apretada,
con los ojos y los oídos
de tamaño tan escueto,
con la piel -pura cicatriz-
que viste el esqueleto.
A través de la retina vuela
hacia el manantial del cielo,
hacia el eje helado,
hacia la carroza de pájaro,
y oye desde las rejas
de su prisión viviente,
el parloteo de bosques y prados,
la trompeta de los siete mares.
Es un pecado tener el alma sin cuerpo,
es lo mismo que un cuerpo sin camisa,
como si no tuviera ni obra, ni proyecto,
ningún designio, ni una sola línea.
Puros enigmas sin ninguna clave.
Pues, quién volvería hacia atrás
después de haber bailado
donde nadie bailaría jamás.
Y sueño con un alma diferente,
vestida de otra manera,
que arde, recorriendo siempre
el camino entre la timidez y la espera,
como una llamada seca, sin reflejo,
que corre al ras del suelo
y como un recuerdo, nos deja
el ramo de lilas en la mesa.
Corre, niño; no te apiades
de Eurídice desdichada,
echa rodar por el mundo
tu aro de cobre con una vara,
mientras, apenas audible
pero respondiendo a cada paso,
la tierra suena en los oídos
tan alegre y austera.
Traducción
de Irina Bogdaschevski.
ARSENY
TARKOVSKY (RUSIA, 1907-1989)
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