Audio de la Facultad

miércoles, 27 de junio de 2012

Para que el dia nazca feliz

Sinopsis:
“Pro Dia Nacer Feliz” es el segundo largo metraje de João Jardim, director del documentario de culto “Janela da Alma” que, en 2002, batió los récordes de público del genero. Al investigar la relación de un adolescente con la escuela – ambiente fundamental de su formación – además de las cuestiones comunes, el director trae temas como la desigualdad social y el impacto de la violencia trasformada en banalidad en el desarrollo de muchos jóvenes.
Enlace de descarga de la pelicula: http://www.mejorenvo.com/descargar-pelicula-485.html

lunes, 18 de junio de 2012

Tengo la suerte - Albertina Carri

 
                Furio, mi pequeño hijo de un año y medio, no va al jardín todavía pero asiste a un grupo que llamamos “grupito rodante”. Son chicos del barrio que se reúnen tres veces por semana con una maestra jardinera durante dos horas en la casa de los niños.
                Cuando vimos el cartel en Parque Saavedra que ofrecía esta oportunidad, mi mujer me dijo de inmediato “anota el teléfono”. Yo, que soy desconfiada al extremo y el mundo exterior no me gusta ni un poco, dije: “ni loca, todavía tengo un año de gracia para enfrentarme con ese ominoso ambiente de madres y padres a la salida de la escuela y Furio también tiene un año de gracia para enfrentarse con las instituciones”. Lo anotó ella, llamó ella a la maestra, la entrevistamos las dos, los tres en realidad por que Furio también la aceptó de inmediato, en cuanto la vio le alcanzó sus juguetes para invitarla a jugar. Marta, mi mujer, le dijo a modo de presentación: “Somos dos mamás, aunque los chicos todavía no hablan es importante que todos lo sepan para cuando alguno o alguna haga una pregunta”. La maestra solamente dijo “sí, claro” con una sonrisa tranquilizadora.



                Y Furio empezó a ir al grupito la semana siguiente. Los papás y las mamás de los otros niños y niñas nos cayeron bien en seguida, a Marta primero y a mí unos días después. Y nuestro pequeño, antes de decir mamá empezó a decir el nombre de sus compañeros, cosa que a mí me pone en un lugar bastante raro, ya que mi hijo muestra claras tendencias hacia el mundo exterior, al que yo tanto miedo le tengo.
Podríamos decir que mi niño, que nació 35 años después que yo, es más evolucionado. Pero también podríamos decir que él nació en una cultura bastante más amable que en la que yo nací. Y lo que sigue no es una justificación de mi desconfianza, mi miedo, o mis partes reprimidas, pero sí una explicación de la distancia y una mirada sobre algunos movimientos sociales que algunos insisten en llamar minorías cuando en realidad se trata de pensar sociedades más justas, más diversas, más plurales y, por ende más humanas.
                Cuando era chica, apenas una niña, veía fantasmas. Vivía en el campo, con mis dos hermanas mayores y mis tíos, porque mis padres habían sido secuestrados frente a mis ojos; todavía recuerdo las sombras en el living de la casa del campo y el pánico que me daba levantarme a la mitad de la noche. Iba al jardín, a preescolar para ser más exacta, en el pueblo más cercano que quedaba a doce kilómetros de nuestra morada. Allí, las maestras, entiendo hoy, se hacían un festival con mi caso. Mi temprana orfandad y una tendencia estructural a la rebeldía las desconcertaban pero también las desafiaba. Mis tíos habían explicado en la escuela que mis padres estaban desaparecidos, término que ahora nos resulta muy familiar pero que en aquella época y por aquellos lares era sinónimo de gente que andaba en cosas raras, peligrosas y que en definitiva “algo habían hecho” para estar en esa situación. Por lo tanto, a mí había que contenerme por el precoz trauma pero también había que educarme en otra moral, bien distinta a la que, suponían las maestras, tenían mis padres.



                Así, recuerdo haber contado, probablemente a través de algún dibujo, de la visita de los espectros al living de mi casa. La maestra de turno decidió entonces mandarme a dibujar animales que habitaban en mi campo: perros, vacas, gallinas, ovejas, caballos; a mis se me ocurrió agregar a un zorrino a la lista, me parecía más divertido que todos los demás. ¿Acaso existe algo más aburrido que dibujar lo que existe, lo que vemos a diario? Esos animales con los que yo jugaba no me resultaban atractivos a la hora de dibujar por que los tenía demasiado a mano y, evidentemente, en el dibujo yo encontraba una forma de narrar algo de lo imposible, de lo que no podía terminar de explicar a los demás con sus palabras.
                Parece que la maestra no estaba muy de acuerdo con esto de dibujar sensaciones, visiones, fantasmas. Cuando volví con mis dibujos de animales –el del zorrino mucho no le gustó pero no podía decir nada porque estaba dentro de la consigna-, me dio una larga charla sobre lo que existe y lo que no existe, y la importancia de las cosas que si existen: como los árboles, la escuela, eso animales que Sí vi y, por eso, los puedo dibujar. Por las dudas, o porque mis gestos infantiles al escuchar sus palabras no la convencieron de mi total entendimiento, me dio una nueva consigna: dibujar mi propia casa. Empecé con la tarea bastante bien, es decir, siendo lo más fiel que veía. El dibujo lo perdí, luego de muchas mudanzas, pero algo recuerdo de él y lo que es seguro es que no se parecía a una casa en lo mas mínimo. No sólo porque no tenían paredes ni muebles sino porque nada de sus trazos hablaban del espacio limitado y seguro donde bien pudiera alojarse, sino más bien daba una sensación de peligro e intemperie, que a mí, de haber estado en lugar de la maestra, me hubiera hecho llorar. Pero sólo estaba del otro lado, era quien iban a condenar. Cuando la señorita recibió mi esmerado trabajo, solamente puso cara y mando a llamar a mi tía por una entrevista. Que se dijo en esa reunión no lo sé pero el resultado fue que me mandaron una maestra particular que me tuvo varios meses sombreando jarrones y calcando conejos hasta que se me pasaron las ganas dibujar para siempre. Ahora pienso que la maestra particular de haber sido una psicopedagoga, extraña figura la que padecería luego durante toda la primaria y la secundaria, pero no voy a llegar hasta ahí. Dejé de dibujar entonces, para tranquilidad de las maestras. Pero esas mujeres de peinados severos y cuerpos tensos no iban a estar tranquilas por mucho más tiempo.
                La primera vez que salía recreo todos los niños me rodearon para preguntarme no sin cierto sadismo: “¿Por qué no tenés papás?”, pregunta a la que yo no tenía respuesta porque nadie me había dicho nada demasiado claro, ya que nadie en la familia tenía muy claro que era eso estar desaparecido. La luminaria de la maestra les había avisado a mis compañeritos que yo no tenía padres probablemente sin malas intenciones pero en un gesto estupidez inmenso, ya que no calculó la perversión intrínseca de los niños. Cuestión que se dedique durante mucho tiempo mis recreos al dibujo, para evitar preguntas, hasta que también me sacaron eso. Entonces mis amigas de los varones, por dos razones, la primera porque sus juegos me resultaban más divertidos: treparse a los árboles, construir casas, armar hogueras, destruir cosas que me parecía muchos más excitante que saltar a la soga, al elástico, pintarse las uñas dormir a las muñecas. La segunda razón, los varones eran menos preguntones, con ellos se podía andar de un lado para el otro sin mediar palabra, las nenas hablaban todo el tiempo y eso a mí me agotaba, aunque sobre todo me ponía en un lugar muy angustiante porque para la mayoría de las preguntas ya no tenía respuestas.
                Luego de un jugoso recreo, en el que armamos, mis amigos y yo, una inmensa pila de ramas porque más tarde íbamos a prender fuego con las maestras que nos enseñarían cómo trabajaban los bomberos -yo ya tenía elegido mi traje de bombero; si, así de obvio es todo, soy lesbiana y de niña me gustaba disfrazarme de bombero-, la maestra nos presentó un muñeco, horroroso, sin rostro, con un jardinero mal cosido -ni siquiera se le daban las manualidades a esta mujer-, que se llamaba: Albertino. Sí, AlbertinO, mi nombre en masculino. Supongo, lectores y lectoras que ya imaginan cómo sigue relato. Luego de presentarnos el muñeco maldito la maestra comenzó un largo discurso sobre las costumbres femeninas y las masculinas: quienes apagan los incendios y a quienes les corresponde mirar desde el costado, quienes puede subir a los árboles y quienes no deben subir a eso porque está mal visto, porque las nenas usan pollera y si trepan se le vería la bombacha -¡qué imprudencia!-, como las canicas, las pelotas y las figuritas de autos pertenecen al mundo Albertino pero, en cambio, Albertina tiene que ver cómo el mundo se incendia a su alrededor pero quedarse quietita, para eso dios la hizo nena.
                La presencia de Albertino junto con las explicaciones de la señorita me llenaron tanto de ira como de vergüenza y no puede más que romper en un llanto que sólo se calmó cuando mis tíos vinieron a buscarme. A partir de ese día los doce kilómetros que hacíamos a diario para ir a jardín eran un tormento para toda la familia porque yo no deje de amenazar nunca, ni un solo día, con que me iba a tirar del auto.
                Hace unos días, sucedió en Buenos Aires, donde ahora vivo con mujer y mi hijo y varios perros y gatos (porque a pesar del jardín y sus poco instruidas maestras añoro algo del campo, la parte animal, podríamos decir), una concentración a favor del matrimonio del mismo sexo. Marta les mando por e-mail la convocatoria a los padres y madres de los compañeritos de Furio. A mí me pareció un poco abusivo de parte de Marta, una cosa que sean plurales amorosos y otra que se tengan que cruzar la ciudad (vimos en Saavedra, la concentración fue en Congreso) el apoyo algo que yo no le modifica la realidad. Llegamos en la plaza puntuales, con nuestro pequeño abrigado como para la nieve, y lo primero que vimos fue la maestra de Furio y detrás de ella a Facu y a Pedro, los dos niñitos de un año y medio que comparten el grupito con Furio y sus Orgullosas a mamás y papás que sí consideró importante atravesar la ciudad pesar del frío, con sus hijos a cuestas porque para ellas y ellos no da lo mismo que nuestro hijo tenga diferentes derechos a lo de los suyos.



                La verdad que este gesto emocionó hasta las lágrimas y entendí que es un error pensar que los derechos del niño no modifica la realidad de todos los niños y de toda una sociedad. Y entendí lo importante que es Furio en sus vidas, porque les amplía el mundo a Facu y a Pedro, así como ellos se lo amplían a Furio.
                Yo no tuve la suerte de pequeño mis épocas de jardín pero tengo la suerte de ser la madre de un niño que un día será un hombre que sin duda estará dispuesto a pensar en un mundo cada vez más justo, porque así se lo habrán enseñó sus madres y también sus maestras (desde jardín), y sobre todo su contemporáneos, que pudieron educarse con mayor diversidad.
Imagenes extraidas de la pelicula de Albertina Carri "La rabia" 2008

viernes, 15 de junio de 2012

Restos - Albertina Carri

25 MIRADAS - 200 MINUTOS constituye una serie de 25 películas de 8 minutos de duración cada una, que forman parte de una construcción colectiva de 200 minutos finales. Una introspección y una poética acerca del quiénes quisimos ser y del quiénes hemos sido, cruzados con la realidad del qué somos y con la utopía del qué seremos. Un mosaico compuesto a partir de la libertad creativa y estética de cada uno de los cineastas que participan de esta puesta.