Audio de la Facultad

sábado, 21 de abril de 2012

La pareja

“Se casaron, fueron felices y comieron perdices” (?). Despertemos a los distraídos:
La pareja no es eso.
La pareja es un camino nuevo, un desafío.
Con ella nada termina, al contrario, todo comienza. Salvo una cosa: la fantasía de. una vida ideal sin problemas.
Es duro tener que dejar de lado nuestras fantasías sobre lo que podría ser. Es una renuncia importante. Esa
pareja ideal con la que soñé desde que era una niña muere con el matrimonio y es un gran dolor. Ciertamente cuando me doy cuenta de que no es así, empiezo a odiar al culpable.
Es necesario aprender que soy yo la que tiene que resolver su propia vida:
Qué me gusta. Cómo voy a mantenerme. Cómo quiero divertirme. Cuál es el sentido que le quiero dar a mi vida. Todas estas cuestiones esenciales son personales, nadie puede resolverlas por mí. Lo que puedo esperar de una pareja es un compañero en mi ruta, en la vida, alguien que me nutra y a su vez se nutra con mi presencia. Pero sobre todo alguien que no interfiera en mi camino de vida.
Esto es bastante.
La peor de nuestras creencias aprendidas y repetidas de padres a hijos es que se supone que vamos en
búsqueda de nuestra otra mitad. ¿Por qué no intentar encontrar un otro entero en vez de conformarse con uno por la mitad?
El amor que proponemos se construye entre seres enteros encontrándose, no entre dos mitades que se
necesitan para sentirse completos.
Cuando necesito del otro para subsistir, la relación se hace dependencia.
Y en dependencia no se puede elegir. Y sin elección no hay libertad.
Y sin libertad no hay amor verdadero.
Y sin amor verdadero podrá haber matrimonios, pero no habrá parejas.
Te quiero siempre.
Laura


Extraido de el libro "Amarse con los ojos abiertos"

martes, 10 de abril de 2012

Niebla de guerra


Título origina: The Fog of War: Eleven Lessons from the Life of Robert S. McNamara

Origen / año: EE.UU., 2003

Duración: 95 minutos                                                                            

Fotografía: Robert Chappell  &  Peter Donahue  

Montaje: Doug Abel, Chyld King & Karen Schmeer    

Música original: Philip Glass   

Efectos visuales: Robin Hobart & Zachary Morong





El primer gran acierto de Morris es que sabe perfectamente cual es su competencia y en qué es importante, por eso casi no aparece en cámara, ni pregunta, y por sobretodo no juzga.
Morris deja que McNamara hable, que mire a cámara, casi  que dirija, deja que se muestre, que se exponga y al hacerlo, que exponga una forma de pensamiento, una forma de entender y hacer política.
El director deja hacer al protagonista, sabe que el montaje, y por ende el sentido de la película, le pertenecen. Lo sorprendente es que el sentido que Morris elige para su film es el de exponernos a McNamara según McNamara, con leves, por lo general sutiles distanciamientos del director; y por sobre todo dejando siempre el acto interpretativo al espectador. A la inversa de Michael Moore que nos dice que debemos pensar, Morris nos deja incluso al desamparo de la fascinación que la palabra de McNamara ejerce.
Niebla de Guerra esta estructurada en prólogo, once lecciones y epílogo. Las lecciones son las que Robert McNamara ha extraído de su vida pública y nos relata. Hay algo extraño en la actitud de quien durante veinte años ha estado en el centro del poder político mundial y se nos aparece tratando de pensar y entender los acontecimientos por los que transitó, intentando colocarse en el lugar de sabio humanista.

La película tiene dos atractivos muy fuertes, el primero es la potencia de la figura y el relato del propio Robert McNamara, que el director ha decidido resaltar con una puesta en escena casi inexistente. Una sola cámara que no se mueve, casi un único encuadre, nada que pueda distraer nuestra atención del narrador cuando éste está en campo.
Pero, ¿qué puede tener de atractivo escuchar a McNamara?, ¿no conocemos acaso quien es, qué representa?, ¿no nos alcanza con que su nombre sea sinónimo de la guerra de Viet Nam?, evidentemente no, tal vez como Eva seamos demasiado curiosos y estemos dispuestos a escuchar las razones y argumentos de aquello que creemos injustificable.
El punto está en que a Morris no le interesa juzgar a McNamara, sino conocerlo; comprender su manera de pensar; acceder a la lógica que le ha permitido su recorrido vital; desentrañar la moral sobre la que se ha sostenido. Y más importante aun, a Morris, McNamara no le interesa en tanto ser excepcional, sino como manifestación de una cultura.

El riesgo vale la pena, porque el entrevistado dice de si muchas más cosas de las que sabemos, y algunas son mucho peores que las que conocemos. Apaciblemente explica cómo sus análisis estadísticos de la efectividad de los bombardeos de los B-29 sobre las ciudades japonesas llevaron a los comandantes a decidir cambiar el modus operandi de los ataques, pasando de una estrategia que buscaba minimizar el riesgo, bombardeando desde confortables y seguros 7.000 metros de altura, a otra que, persiguiendo maximizar la eficiencia bajó los aviones a 1.500 metros aumentando la precisión de los ataques y logrando en una sola noche incendiar 135 Km cuadrados de la ciudad de Tokio, quemando vivos a 100.000 japoneses.
Alguien obtiene los datos y analiza los fríos números de las estadísticas, aplica toda su capacidad de raciocinio y encuentra un camino para maximizar la eficiencia. Es solamente alguien haciendo su trabajo. Cumpliendo con su responsabilidad. ¿Hay algún crimen en eso? Es lo mismo que McNamara cuenta que hizo como gerente y presidente de la Ford o como docente de Harvard. ¿Hay algún crimen en eso? “De haber perdido nos habrían juzgado como criminales de guerra” le escuchamos decir a Robert McNamara.
Evidentemente en ese hombre que hace su trabajo tan eficientemente  hay una dimensión ausente. La dimensión ética. McNamara dice: “Yo solo sentí que estaba sirviendo lo mejor posible al presidente elegido por el pueblo de los EE.UU”. La entelequia “el pueblo de los EE.UU.”, que rápidamente puede ser reemplazada por la razón de Estado, es la que aparece como justificación última de los actos de todos los representantes estatales, desde el presidente hasta el último de sus sirvientes. En la exposición de McNamara la “razón de Estado” actúa como un agujero negro que bloquea la ética individual y a la cual solo se debe servir, con la mayor racionalidad,  eficiencia y lealtad.



Esa lógica es la que le permite al ex Secretario de Defensa decir en el 2003 que siempre se identificó con el deseo de Woodrow Wilson de ponerle fin a las guerras, o que se conmueve con la declaración: “Los seres humanos deben dejar de matar a otros seres humanos”, hecha por la esposa de un pacifista que se prendió fuego bajo la ventana de su despacho en protesta por la guerra de Viet Nam. Fuera del campo gravitatorio del Estado puede volver a asumir sus ideas, y se relata a si mismo como un pacifista. McNamara cuenta su transito por el infierno y nos dice que salió purificado.
La retórica de McNamara es prodigiosa, casi tanto como la niebla que impide ver con claridad durante la guerra.
McNamara habla y expone una lógica de funcionamiento que no es distinta a la que Adolf Eichman expuso al tribunal que lo juzgó en Jerusalem: ser eficiente en el cumplimiento del deber. Eficiencia y racionalidad, como asépticas exigencias al individuo que, articuladas con la tecnología necesaria eximen al ser humano de la responsabilidad del acto criminal. ¿Quién mata cuando una bomba cae?, ¿Quién cuando se abre una llave de gas?

Hay una lógica social expuesta que es casi más escalofriante que las estadísticas que maneja con prestancia, pero también está el individuo: Robert S. McNamara. Él y sus ambiciones,  es llamativa la pulsión por estar en el centro tanto del poder como del relato: nos dice que haber sido secretario de defensa fue fantástico, a pesar de que su esposa murió por el estrés; y luego en el relato del asesinato de Kennedy cuenta que fue él quien eligió el lugar donde el presidente fue enterrado en el cementerio de Arlington. 

A McNamara lo escuchamos hablar de la 2° Guerra Mundial, de la fabrica Ford, de la crisis de los misiles con Cuba, de Viet Nam, y nos resulta poco, no habla de sus trece años en el Banco Mundial, queremos escuchar más, queremos que la película continúe.
Ese es un logro de Errol Morris, que no solo ha sabido filmar a McNamara, sino que ha logrado ponerlo en permanente tensión con las imágenes y los otros sonidos. Un hallazgo es el uso de material de audio de conversaciones telefónicas entre McNamara y los presidentes a los que sirvió, fuentes directas que se tensan con las palabras del 2003. 
Las imágenes de Archivo que usa Morris están casi siempre en función expresiva, o sea corridas de su valor meramente ilustrativo para ser utilizadas como opinión, acotación sutil del director o elemento dramático. Cuando McNamara relata la destrucción de Tokio son palabras y números los que caen del cielo destruyendo todo lo que encuentran a su paso, tal vez sugiriendo una ampliación de las responsabilidades más allá de la realización material del hecho, hacia las ideas y las practicas intelectuales que le sostuvieron.

El prologo y el epílogo son claramente espacio de Morris, que no comparte con McNamara, en los que utiliza la imagen de su entrevistado para decir acerca de el. 
Prologo: La primera imagen del film es blanco y negro, el Secretario de Defensa al borde de comenzar una conferencia de prensa, se le ve afable, sonriente, preocupado por la visualización de mapas de Viet Nam; en el mismo instante surge algo brutal, es una orden que le da a la cámara, es el poder en acto. Corte, títulos intercalados con imágenes de preparativos de guerra. McNamara viejo y en colores dándole órdenes al director, manejando absolutamente la escena, retomando un relato que ya ha comenzado antes que nosotros llegásemos.  Morris nos lo muestra en su afán de control, en el ejercicio de poder, igual que en las imágenes en blanco y negro, igual que treinta años antes. Corte, comienzan las once lecciones de la vida de Robert McNamara.
Epílogo: El ex Secretario de Defensa ya no está en un estudio sentado frente a cámara, siendo entrevistado, dueño del espacio y de la palabra. Va manejando su auto y las imágenes que vemos de él son fragmentarias, planos detalle de uno de sus ojos, de una de sus manos, de su nuca; es un anciano manejando. Sobre esas imágenes la banda de sonido nos hace escuchar un diálogo entre Morris y McNamara en el que el anciano se niega a hablar sobre Viet Nam, sobre su responsabilidad, se niega a aclarar nada, prefiere quedar mal sin hablar. Morris termina colocándolo en un lugar incómodo y distanciándose.
El texto final con el que McNamara cierra sus lecciones es maravilloso como reflexión sobre el film: “No dejaremos de explorar / y al final de la exploración / regresaremos a donde empezamos / y conoceremos el  lugar por primera vez” dicen los versos del poema de T. S. Elliot.  Y tal vez Niebla de guerra sea eso, una exploración que hemos compartido con Errol Morris, en cuyo recorrido nos hemos transformado, enriqueciendo nuestra mirada; pero al llegar al final comprobamos que nuestra opinión sobre el protagonista y sobre la historia seguramente no ha cambiado.


Errol Morris

            Errol Morris (New York, 1948)  es uno de los más importantes y respetados documentalistas norteamericanos, su producción es una permanente reflexión sobre la sociedad norteamericana pero desde los lugares y personajes más extraños como pueden serlo dos cementerios de mascotas en Gates of heaven, o Fred A. Leuchter, Jr. un experto en tecnologías de ejecución en Mr. Death, the rise and fall of Fred A. Leuchter Jr.
Uno de los puntos altos de sus películas son las entrevistas, por la capacidad de dejar hablar y hacer decir a sus entrevistados aquello que no piensan decir; pero su cine va mucho más allá del documental de reportaje, la experimentación con la imagen y el montaje es una constante, así como el desafío a los límites de lo que tradicionalmente se entiende como documental: ficción y no ficción se mezclan en más de una ocasión, siempre para tratar de hacer más  visible lo que siente como verdadero.





Filmografía

1978. Gates of heaven
1981. Vernon, Florida
1988. The thing blue line
1991. Breve historia del tiempo (A brief history of time)
1997. Fast, cheap & out of control
1999. Mr. Death, the rise and fall of Fred A. Leuchter Jr.
2003. Nieblas de guerra
2008. Procedimiento estándar
2010. Tabloid


Raúl Finkel

viernes, 6 de abril de 2012

"El Tomi" 1980


¡ME VUELO¡ QUE HIJO DE MIL PUTAS EL QUE INVENTO LAS VIDRIERAS
POR QUE HAY QUE SER HIJO DE PUTA PARA DEJAR PASAR A LOS OJO Y NO DEJA PASAR A LA GENTE…

...Y ATRAS DE LOS OJOS TAMBIEN SE VE ESA PARTE DE ADENTRO DE LA CABEZA... ESA PARTE QUE PARECE QUE PUDIERA TOCAR... Y CUANDO ESA PARTE AGARRA ALGO, LA MANO TAMBIEN QUIERE AGARRAR...

PERO LA VIDRIERA NO TE DEJA Y ENTONCES SE TE QUEDAN LOS OJOS CON LO QUE UNO PIENSA DENTRO...

Y LA MANO PARA TOCAR AFUERA…