Audio de la Facultad

sábado, 22 de octubre de 2011

Momentos que duran para siempre



El video esta en ingles, pero realmente creo que no se necesita los subtitulos para comprender cual es la trama de la pelicula.

Sinopsis:
Cuenta la historia de la abuela del propio director, que se convirtió en una de las primeras fotógrafas suecas a principios del siglo XX, cuando el país atravesaba una dura etapa marcada por los cambios sociales y la pobreza.

Dirección: Jan Troell

Guión: Niklas Rådström y Jan Troell

Título Original: Maria Larssons eviga ögonblick

Género: Drama

Origen: Suecia

sábado, 15 de octubre de 2011

Incendies

Una mujer muere dejando un extraño testamento a sus hijos, en el cual especifica que busquen a su padre y a su hermano. Poner mas informacion que esta sobre la pelicula me parece que delata demasiado la trama de la pelicula. Una buena pelicula simplemente.




Adaptación de una obra de Wajdi Mouawad, INCENDIES

Título: Incendies
Nacionalidad: Canadá / Francia
Año: 2010
Duración: 130 min
Género: Drama

Director: Denis Villeneuve

Guión: Denis Villeneuve sobre la obra de Wajdi Mouawad



Como director Denis Villeneuve:

August 32nd on Earth 1998

Maelström 2000

Polytechnique 2009

Incendies 2010

lunes, 10 de octubre de 2011

Paradigma del Sistema Educativo

Pelicula - Slumdog millionarie: ¿Quién quiere ser millonario?

La libertad es un concepto tan abstracto como la idea de la predestinación. Nadie es libre, salvo por la remota ilusión de que a veces se puede elegir. Se trata, en definitiva, de decidir sobre un acotado margen de posibilidades pero la realidad indica otra cosa. ¿O acaso alguien puede elegir en qué lugar nace, con qué familia convivirá y bajo qué condiciones vivirá? Nadie, y de eso se trata todo; de perseguir la ilusión de libertad, aunque más no sea sustentada en el deseo más que en la acción. De elecciones y decisiones se compone el espectro que rige la lógica de Slumdog millionaire: ¿Quién quiere ser millonario?, del manchesteriano Danny Boyle. Film con diez nominaciones al Oscar, incluida la de mejor película.

Como en toda película del director de Trainspotting, si hay algo que prima aquí es el exceso, tanto desde el punto de vista narrativo como cinematográfico. Sin embargo, lejos de tratarse de un problema en el caso de este film ocurre exactamente lo contrario porque el desborde forma parte esencial de los vaivenes emocionales y del ritmo arrollador que marca el paso de esta obra polifuncional; como si se avanzara a gran velocidad por un tablero repleto de casillas y contratiempos donde el azar se vuelve casi tan importante como el destino.

No por nada uno de los vehículos narrativos es nada menos que un concurso televisivo de preguntas y respuestas: el popular y mundial ¿Quieres ser millonario? (que aquí tuvo su versión local y patética hace unos años). Qué mejor escenario entonces que un show televisivo como único medio de ascenso social en un panorama donde la brecha entre ricos y pobres no cambia y se enquista tan fuerte como la resignación en creer que ya todo está escrito; que en el libro de la vida no pueden agregarse renglones y cada uno tiene definido su rol y rango de acción. Sobre esta premisa, el juego de Danny Boyle comienza a abrirse en diferentes capas. Algunas de carácter meramente superficial, que pueden suscitar malestar en el espectador -como ha ocurrido con algunos sectores de la crítica que defenestran a este film- por hacer apoteosis del miserabilismo, y otras menos visibles que intentan reflejar una historia de doble transformación: la de un chico de la calle en la India que debe sobrevivir y se hace adulto a los golpes, y la de un país que abrazó la idea del capitalismo más salvaje, se inundó de dólares y rascacielos y perdió cualquier rasgo de identidad. Ante esta sustancial pérdida, el eslabón del cine local fue el salvataje antes de que el barco terminara por hundirse definitivamente con el fenómeno de “Bollywood” (término que recibe la industria del cine Hindú que produce al día de hoy una impresionante cantidad de películas por año que no cruzan las fronteras). Ese racimo de producciones lo constituyen tanto films de género como de autor, predominando melodramas folletinescos, comedias costumbristas y hasta un interesante caudal de terror y acción que para la película de Boyle aparecen salpicados en una suerte de homenaje constante.



Pero la India no se resume solamente en exhibicionismo de elefantes, representaciones del Kama Sutra, o mujeres con un lunar en el medio de la frente como la mirada occidental nos tiene acostumbrados o, para decirlo en otros términos, como algunos directores hindúes “for export” pretenden hacernos creer, sino que la India también es miseria, pobreza, prostitución infantil, explotación de niños, luchas raciales y mirar el Taj Majal desde afuera. Eso es lo que parece que no se le perdona al autor de Tumba al ras de la tierra, quien no se propuso filmar un documental sino realizar una ficción basada en una novela del escritor Vikas Swarup que respeta el punto de vista de su protagonista. De ahí el tono de aventura o cuento de hadas pop que atraviesa al relato en toda su extensión, donde el realizador saca a relucir todos sus atributos a la hora de contar una historia. Por más encuadre, reencuadre, filtro de color que se use el estiércol sigue siendo estiércol y el cine sigue siendo cine.


Estructurada en tres tiempos, la trama se organiza a partir del interrogatorio al que se ve sometido Jamal Malik (interpretado en su fase adulta por Dev Patel) luego de haber ganado millones de rupias en el show televisivo citado anteriormente. Bajo la sospecha de haber hecho trampa al contestar correctamente cada una de las preguntas y tratándose de un hombre de escasa cultura que jamás estudió y ahora es simplemente un “telemarketer” para una compañía de celulares, el muchacho debe repasar cada una de las preguntas y justificar sus respuestas. Puede decirse que en esta instancia surge el primer exceso o exageración porque el protagonista es torturado para que confiese la verdad, pero completamente lícito a los fines de la acción que a partir de ese momento se adueña de la pantalla de forma explosiva. Esas explosiones son detonadas por los flashbacks del protagonista cuando ante sus verdugos pretende contar su versión de los hechos y demostrar que conocía muchas de las respuestas simplemente como resultado de su experiencia de vida y que aquellas que desconocía se dejó llevar por el azar.








Esa dialéctica entre el azar y las decisiones opera a lo largo de todo el relato que mezcla diferentes géneros como el melodrama y hasta cualquier historia de amor imposible como la que vive Jamal con Latika (Freida Pinto), intercalado con un repaso histórico y un espíritu de épica urbana con el vértigo de un video clip desenfrenado. Suficientes méritos para dejarse arrastrar en este viaje que funciona como un ejercicio de recuerdos al mismo estilo que El curioso caso de Benjamin Button, con la diferencia notoria entre ser un pasivo espectador de los hechos a formar parte de la acción; transmite tensión e intensidad en ese duelo entre el concursante y el animador al mismo nivel que el del reportaje de Frost/Nixon y que además cuenta con un plus en la dirección soberbia del inquieto, polémico y versátil Danny Boyle, quien sin duda tomó su mejor decisión.
Este analisis no me acuerdo de donde lo saque, si alguien encuentra su origen se agradece.

lunes, 3 de octubre de 2011

Razón de las ovejas enfermizas

En una civilización donde –sostiene el autor de este ensayo– “resulta inmoral no ser feliz” y donde predominan “la evasión, la violencia mediática y la frivolidad”, sucede que “el hombre actual sufre por no querer sufrir”. Y prospera el “infantilismo”, que declara: “Sufro: alguien tiene que ser el causante”. Es el argumento que Nietzsche llamó “de las ovejas enfermizas”.



Por Luis Hornstein
La moral y la felicidad, antes enemigas irreductibles, se han fusionado; actualmente resulta inmoral no ser feliz. Hemos pasado de una civilización del deber a una del placer. Allí donde se sacralizaba la abnegación y la privacidad tenemos ahora la evasión, la violencia mediática y la frivolidad. La dictadura de la euforia sumerge en la vergüenza a los que sufren. No sólo la felicidad constituye, junto con el mercado de la espiritualidad, una de las mayores industrias de la época, sino que es también el nuevo orden moral.
El hombre actual sufre por no querer sufrir. Quiere anestesia en la vida cotidiana. Ciertos sufrimientos sólo preocupan cuando son desmesurados, sea por la duración, sea por la intensidad. Para atenuarlos, para borrarlos, recurrimos a diversas estrategias: los fármacos, el alcohol, las drogas, la calma chicha de ciertas corrientes orientales que decretan vanos nuestros afectos y compromisos. Otra estrategia es el infantilismo y la victimización. Ambas intentan eludir las consecuencias de los propios actos. “‘Sufro: indudablemente alguien tiene que ser el causante’: así razonan las ovejas enfermizas”, escribió Nietzsche.
¿Qué es el infantilismo? Tenemos derecho a evitar la intemperie, pero otra cosa es pretender la protección que se le da al niño. El infantilismo combina una exigencia de seguridad con una avidez sin límites. La victimización es convertirse en inimputable según el modelo de los damnificados. Al demostrar que el ser humano es movido también por fuerzas que no conoce (lo inconsciente), Freud proporcionó una batería de pretextos para justificar sus actos (mi infancia desgraciada, mi madre “castradora”, mi padre ausente). La infancia termina con la pubertad. Pero tiene sus reediciones, que aportan un flujo renovador. Tal vez una vida más plena sea eso. No es necesario hacerse todas las cirugías ni hablar a la moda, basta con recuperar la capacidad de asombro de la infancia.
En toda pérdida –la muerte o rechazo de alguien significativo, el despido laboral, los sinsabores de un proyecto– está presente una distancia: entre antes y ahora, entre realidad y fantasía. Eso duele. Es un dolor que a veces intenta extirparse con psicofármacos, con alcohol o con otras conductas de evasión. Algún día, para el que perdió a un ser querido y creyó haber perdido todo, el sufrimiento deja de estar omnipresente. Sin embargo, todos conocemos personas que son un continuo lamento.
La persona que sufre tiene dificultades para “investir”, para poner combustible al motor de su psique. “Investir” e “invertir” a veces son sinónimos. Invierto en la carrera universitaria o deportiva de mi hijo. Invierto esperanzas en una corriente política o un proyecto. “Desinvestir” es el proceso inverso: retirar la inversión, el entusiasmo, el interés. La indiferencia se convierte en escudo contra ciertas afrentas. A veces son repliegues tácticos, para volver a la carga. A veces implican que uno ha bajado los brazos.
Abordar los sufrimientos actuales implica considerar las dimensiones subjetivas de los procesos sociales. La tarea concierne a diversas disciplinas. ¿Podremos intercambiar? Vean la lista de los autores leídos por Freud: poetas, filósofos, médicos, historiadores, políticos, biólogos. Vean cómo mantiene el timón en el mar embravecido de tanta lectura, que a otro llevaría al eclecticismo o a la dispersión.
Vivimos en lo efímero, la obsolescencia acelerada. Un modo bursátil de vivir, a la Wall Street. Hoy “se usa” un aire juguetón de ligereza, el compromiso light. Algo falla en el pum para arriba, que necesita drogas diversas, anabólicos, bebidas energizantes. Este “politeísmo de los valores” al decir de Max Weber, esta ausencia de brújulas éticas, ¿qué sufrimientos genera? ¿Cómo orientarnos en este laberinto? Esa crisis no es sólo la de los marcos morales heredados de las grandes confesiones religiosas, sino también la de los valores laicos que les sucedieron (ciencia, progreso, emancipación de los pueblos, ideales solidarios y humanistas). Algunos buscan una restauración retornando a los valores tradicionales (nacionalismo, familiarismo, fundamentalismo, integrismo) o en la búsqueda de ideales new age. Ya no hay tampoco una tradición indiscutida de la familia (las hay ampliadas, nucleares, monoparentales, homosexuales, etcétera).
La práctica nos confronta con un cóctel de sufrimientos: oscilaciones intensas de la autoestima y desesperanza, apatía, hipocondría, trastornos del sueño y del apetito, crisis de ideales y valores, identidades borrosas, impulsiones, adicciones, labilidad en los vínculos, síntomas psicosomáticos.
Los pacientes fragmentados por los especialistas devienen presos del nomadismo de los hipocondríacos y van de consulta en consulta. Son escépticos que no creen en ningún tratamiento pero que los prueban todos, acumulan homeopatía, acupuntura, hipnosis y alopatía. Pero no es imposible encontrar una escucha que contenga. Será la oportunidad de inscribir el sufrimiento en la trama de una historia personal.
Marea la cantidad de síntomas que no se dejan arrear fácilmente a los tres corrales de la neurosis, la perversión y la psicosis. Ante el mareo hay soluciones que evitan el reduccionismo pero nos obligan a estudiar. O bien, como Ulises, nos atamos al mástil salvador de la clínica.
El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, conocido como DSM, es uno de los intentos de evitar el mareo. Fue ideado para encontrar un esperanto entre distintas corrientes. Soslayando el conflicto instaló la paz, una paz que se parece a la del sepulcro. A veces los diagnósticos hacen olvidar que estamos en una intrincada selva y no en un cómodo safari. La psicología se ocupa de pasiones y sufrimientos. El DSM IV no ha logrado aquietarlos, los ha anestesiado mediante categorías que tranquilizan al psiquiatra, pero no aquietan las tormentas subjetivas.
Los casos “puros” no abundan. ¿Existe la pureza? Todo lo que vive ensucia, todo lo que limpia mata. El agua pura es agua sin mezcla, y, por lo tanto, es un agua muerta, lo cual dice mucho sobre la vida y sobre una cierta nostalgia de la pureza.
En la última década, los avances de la genética han sido apabullantes. Hay un gen para la salud y la enfermedad, para la criminalidad, la violencia y hasta para el “consumismo compulsivo”. Para el biologicismo los sufrimientos psíquicos no tendrían que ver con el desempleo, la brecha entre riqueza y pobreza extremas, las injusticias sociales o las formas enfermantes de convivencia. Desmiente así los problemas subjetivos o sociales al pensar solo en causalidades biológicas. Se ilusiona con que el conocimiento de los 3000 millones de nucleótidos que forman el genoma humano tendría la clave de lo viviente. El objetivo es convencer al público de que las enfermedades para las que no se ha encontrado una causa microbiana o viral tendrían un origen genético que se acepta matizar con consideraciones sobre el modo de vida (alimentación, cigarrillo, actividad física, ansiedad o depresión).
¡Qué alivio sería encontrar un gen del sufrimiento! Tal sería dar con un gen de la felicidad o del fanatismo... La vida tendría la linealidad de un programa: estaría inscrita, en la arborescencia del ADN. Habría ansiosos impregnados por la adrenalina y la serotonina y habría atontados con el cerebro inundado de dopamina. Sin embargo, el misterio del sufrimiento psíquico no se reduce a la genética. La vida tiene la estructura de una promesa, no de un programa.
Por supuesto que lo biológico no debe ser excluido, más allá de la propaganda de las empresas farmacéuticas. Los sujetos no son espíritus libres restringidos solamente por los límites de la imaginación o por los determinantes socioeconómicos. Pero tampoco son máquinas replicadoras de ADN. Son efecto de una interacción constante entre “lo biológico” y “lo social” a través de la cual se construye la historia. Los sufrimientos deben ser abordados desde el paradigma de la complejidad considerando la acción conjunta de la herencia, la situación personal, la historia, los conflictos, la enfermedad corporal, las condiciones histórico-sociales, las vivencias, el funcionamiento del organismo sin descartar los desequilibrios bioquímicos.


Articulo extraido de: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-177760-2011-10-03.html